Relato de seducción: La chica del crossfit

Tras una cuantas canciones remember que trajeron sin cuidado al público, la música rock comenzó a hacer vibrar los cuerpos. ¿Rock? ¿Un discoteca al aire libre a rebosar? ¿Cuerpos y más y cuerpos y más sudor? Yo mismo empecé a saltar y a mover los brazos cantando como si algún jodido ser celestial con ganas de fiesta hubiese bajado a poseerme.

Hasta que de repente, allí estaba ella. Morena, con sus baqueros azules ajustados y su top blanco. Dejando al aire su cintura y dejándome sin aliento.

No pude evitar echarle unas cuantas miradas mientras mi concentración se hacía cada vez más esquiva a olvidarse de ella.

Sin duda algo especial tenía.

Ya la había visto en la barra minutos antes. Típica chica espectacular esperando seria su oportunidad para pedir. Como despreciando al mundo por si acaso este no se había enterado de no había sido creado a su nivel. Sintiéndote fuera de su alcance.

Navegando por la confusión que me generaban sus curvas y ese precioso rostro que bien podría hipotecar los pensamientos de cualquiera.

En ese momento, saltando como una loca desatada, su libertad era realmente cautivadora. No parecía retraída como otras chicas que saltan y cantan mientras atienden a los deseos que despiertan. No es que no se diera cuenta de lo que le rodeaba. Se daba cuenta de todo. Tanto que me sacó la lengua en un de sus saltos al percatarse de que por más que lo luchara, no dejaría de mirarla. Algo que por supuesto, aproveché para dar rienda suelta a una conversación.

—Transmites mucha alegría, ¿lo sabías? –susurro aproximándome a ella aprovechando el cambio de canción.

—No estoy muy segura de eso –espeta mostrando una sonrisa–. Normalmente me dicen que no soy muy agradable.

—¿Qué no eres muy agradable?

—Sí, me dicen que soy un poco borde.

—Mmmm, pero ¿borde en plan cañera mala como una abogada? Porque eso sin duda tiene sus cosas positivas –insinúo dejando patente un atisbo de mi intención sexual.

—No lo sé, es posible —continúa riéndose—. En mi pueblo al parecer tengo muy mala imagen.

—Pues a mí me recuerdas a ese tipo de personas que al juntarte con ellas, todo deja de importar y lo único que te apetece es… No sé como decirlo. Saltar, bailar… Lo que sea menos pensar.

—Quizá sea por eso que tenga mala imagen —espeta natural como haciendo ver que la he calado.

Al reflexionar pienso en la pena que me da la gente que no mira más allá de las apariencias. Por mi parte, me he creído un chulo en algunas ocasiones y así me lo han juzgado muchos para descubrir que cuanto más me lo han, juzgado más me ha resbalado.

He llegado a sonreír orgulloso, afirmando: sí, así es este gilipollas con el que pierdes tu tiempo hablando. Me identifico con otros de apariencia superficial, chulesca, golfos y putas cuyas cabezas parecen pensar únicamente en el placer.

Siempre he creído que hay algo más.

Debe de haber algo más. Tiene que ser así por fuerza.

Aún cuando en la mayoría de chulos y divinas, tras conocerlos, su personalidad se ajuste a los completos gilipollas que ya parecían, sigo atraído por ese misterio. Sigo pensando que debe de haber ese algo más.

Y cuando algo me acaba sucediendo, siento que una parte de mí explota.

—Es curioso cómo se juzga en los pueblos. Chismorrean cualquier cosa sin tener ni idea. Si te soy sincero, yo no juzgo a nadie negativamente. Y eso, pese a ser de pueblo. Paso de amargarme la vida con esas gaitas. Prefiero centrarme en apreciar lo que se presenta delante con la libertad que se me presenta.

—La gente tiende a meterse mucho donde no le llaman —bromea coqueta.

Conforme pasa la conversación me voy quedando cada más absorto con la naturalidad de sus expresiones. Sin que parezca que haya bebido mucho, consigue ponerle encanto natural a todas sus palabras.

Suavemente, pincelada a pincela dibuja la obra de quién es ella.

Desenfrena, infantil y serena al mismo tiempo.

—Me gustaría descubrir qué demonios llevas tatuado en el abdomen —insinúo cerca de ella mientras sonrío—. Viendo esos trazos curvados, no sé qué me puedo encontrar más arriba.

—Es un escarabajo —espeta natural y sensual levantando su top para dejarme ver su tatuaje.

Efectivamente, es un escarabajo, pero no uno cualquiera.

El dibujo se acerca peligrosa y nada sutilmente a unos pechos muy bien realzados.

—¿Llevas muchos no? Aquí en el brazo me ha parecido verte otro.

La cojo de la mano para poder verlo y no percibiendo ningún nerviosismo por tocarla, todo lo contrario. Parece encontrarse realmente cómoda pese a que, conforme vamos hablando, nuestros cuerpos se aproximan a una distancia muy alejada de lo políticamente correcto.

Percibo como al hablarme, sin estar la música demasiado fuerte, es ella la que se acerca a susurrarme sus palabras.

Rozando mi cuello con su rostro mientras mis huesos tiemblan.

—Este me encanta, como puedes ver es una cobra egipcia saliendo de unas rosas. Simboliza la muerte de Cleopatra.

—Te pega que te guste Cleopatra, fue famosa por la sensualidad de su voz y sus grandes habilidades para crear momentos espectaculares, siendo la amante de grandes gobernantes como Julio Cesar.

—Sí, ¡me encanta! Y es que encima Cleopatra era fea.

—Ya, eso tenía oído. Aunque siendo sinceros, es evidente que ese no es un rasgo que compartas con ella. Por cierto, ¿de qué pueblo me habías dicho que eras?

—No te lo he dicho, soy de Denia.

—Anda, allí estuve yo hace poco en una quedada de Crossfit.

—Coño, eso fue hace dos semanas, ¿no? ¿Tú también haces Crossfit?

—Sí, llevo haciéndolo desde Septiembre.

—Pues fíjate, podríamos habernos visto allí, has estado en mi box. Yo ese día no fui, estaba agotada.

—No pasa nada. Importa más que estés bien descansada esta misma noche. ¿Sabes porqué? —susurro con una voz que se rasga y casi se pierde en la pregunta final.

—Me hago una idea de tus intenciones —ser ríe—. Pero eso no quita que no quiera escuchártelo decir.

—Quiero que me mires como cuando te miras en un espejo —me acerco más, susurrante, acariciando cada palabra— y te sientes guapa, porque te devuelvo lo que veo. Que nos sobresaltemos, desquiciemos y borremos la memoria, porque aquí no hay normas ni nada que haya sido escrito.

—Desquiciaría tu vida si la pusieras demasiado cerca de mí.

—Eso es lo que quiero que hagas.

¿Qué es la seducción sino esto? Pienso. Mirarnos como quién se mira en un espejo y este le devuelve la parte más libre de uno mismo.

David Belmonte
David Belmonte
https://bravetys.com/
David Belmonte es Graduado en Marketing por la Universidad de Murcia, Máster en Inteligencia Emocional y Mindfulness por la Universidad de Valencia, Experto Creativo por la Universidad San Jorge y MBA. Con 20 años de experiencia, está considerado como el autor de habla hispana más innovador en el área de las habilidades comunicativas aplicadas a las relaciones sociales y la seducción. Creando un modelo de comunicación emocional que encontrarás en su Máster online así como en sus libros Despierta Belleza, El don de la labia y Ligar por WhatsApp.

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