Dulce cerveza es el sol que embriaga
bajo el suave reflejo de tu tacto.
Andando piel con piel
sobre el sudor que endulza
el deseo entre los cuerpos.
Así como dos que están,
pero no están, aprendimos
a jugar a aquello del mirarse a los ojos
como niños de parchís.
Olvidándonos de las malas ilusiones,
de los retos del amor y
de lo amargo del dinero.
Danzamos en las revueltas
de esa bicicleta sin rumo
en la que la vida nos dispuso.
Rodamos una y otra vez,
como pelotas de béisbol.
Surcando el cielo
justo antes de besar la tierra.