Por este motivo la mayoría de la gente nunca cambia,
al menos para bien…
Los cambios requieren tiempo, persistencia y sobre todo, del propio liderazgo.
Por ejemplo, una persona puede querer dejar de criticar tanto a la gente, así mismo o a lo que va ocurriendo en su vida. Para ello da un curso, se lee un artículo o habla con un especialista.
Sin embargo, en su vida diaria sigue criticando sin darse cuenta y al final, no cambia nada. ¿Qué está ocurriendo?
Ocurre que los cambios llegan cuando además del conocimiento sobre cómo cambiarlos, nos acostumbramos a observarnos y guiarnos a nosotros mismos para hacerlos permanentes.
Vas por un paso de cebra y un coche no para y piensas: será subnormal, el ciego este casi me arrolla. No sé cómo el mundo está tan lleno de empanados de la vida…
Y así sigues argumentando y cabreándote.
Pues bien es en ese momento en el que tienes que observarte a ti mismo, como si tú fueses un coach y un cliente te estuviese comentando lo que te ha pasado y en qué ha pensado. Y sin juzgar, redirigir tus pensamientos: No voy a criticarlo porque es una pérdida de tiempo, me voy a estresar tontamente. Yo mismo he tenido algún despiste de ese tipo algunas veces. La vida es así, la acepto. A veces es más agradable y otras menos. Voy a seguir concentrado en disfrutar al máximo del día.
Cuando esa actitud se mantiene y sigues observándote una y otra vez guiando tus pensamientos inconscientes, ganas la consciencia que te dirige al cambio. De esta forma, cuando haces eso mismo 10, 100 o 1000 veces, cambias por completo.
El que se amarga su propia vida criticándolo todo deja de hacerlo y empieza a concentrarse en las cosas buenas, porque hacia eso guía sus pensamientos, aunque inicialmente fuesen críticos. Lo cual le lleva a otros cambios y a otras cosas buenas porque la consciencia te empieza a inundar. Ocurriendo esto mismo con cualquier actitud o comportamiento que deseemos cambiar. Está en nuestra mano hacerlo, pero para ello, debemos atrevernos a liderarnos.