Si alguna vez sentiste que la psicología te protegía tanto que dejaste de vivir… estás en el lugar correcto. Esto es Psicología Poeta, el podcast donde soltamos el miedo y recuperamos la piel.
Hoy vamos a tocar un tema incómodo, pero necesario: ese momento en el que uno se siente usado… o juzgas al otro por no querer lo mismo. Muchas mujeres temen ser vistas solo como un cuerpo para pasar el rato. Un miedo que, lejos de ser infundado, refleja experiencias reales: no son pocas las clientas que me han compartido su decepción al buscar una relación seria y descubrir que el otro solo quería una aventura pasajera. Muchos hombres, en cambio, reaccionan juzgando a las mujeres como “guarras” o “interesada” cuando éstas no les corresponden o solo buscan un encuentro casual.
Pero detrás de todo esto, hay algo más profundo que el género: hay heridas, expectativas y formas muy distintas de vivir el deseo y el vínculo.
¿De dónde nace esa sensación de haber sido utilizado? ¿Qué nos está mostrando del tipo de relaciones que estamos buscando… o evitando? Y sobre todo, ¿qué falla en nuestra psicología para suframos tanto ante un sexo casual que puede ser maravilloso, aunque no vaya más allá?
Hoy, vamos a mirar de frente esa desilusión para transformarla en conciencia. Porque amar —aunque sea solo por una noche— puede hacerse con presencia, con respeto y con verdad.
Y todo empieza por…
Un ego herido por expectativas insatisfechas
Nos sentimos utilizados cuando, al experimentar enamoramiento por alguien, comenzamos a proyectar expectativas a futuro. Imaginamos vínculos, compromisos y escenarios que, aunque no han sido hablados ni prometidos, nos ilusionamos con ellos. Y cuando esas expectativas no se cumplen, en lugar de reconocer nuestra propia proyección, buscamos cómo culpar al otro.
Esto no es algo que vayamos a juzgar, pues es muy humano ilusionarse. Ahora bien, es importante entender cómo funciona nuestro ego para evitar que un dolor sano que puede durar unos pocos días, se perpetúe y se convierta en un resentimiento que destruya nuestras experiencias futuras. Pues si interpretamos ese negativa como traición y adoptamos medidas de psicología a la defensiva, tendrás todas las de perder. Luego verás por qué.
Ahora, quiero que hagamos un pequeño ejercicio de empatía. Quédate con su esencia pues plantearte ejercicios como este te ayudarán a entender mejor las situaciones, hacer consciente de cómo actúa tu ego y ahorrarte así muchos disgustos.
Imaginemos que una mujer mantiene una relación sexual libre durante una mágica noche de verano. No se sentirá utilizada si tras ese encuentro…
- Vuelve a su cuidad tras unas vacaciones; lo consideró una deleite del momento.
- Aunque sean de la misma ciudad y esté buscando una relación, no le termina de gustar el chico y acaba pasando de él.
- Le ha sido infiel a su pareja y solo quería vivir una aventura.
Fíjate. En este ejemplo, únicamente con que la experiencia sexual fuera displacentera y el chico dejara de gustarle, ya no se sentiría utilizada. Porque es ella la que toma la decisión de no seguir. Sin embargo, si hubiese sido una experiencia mágica y quisiera volver a verlo, probablemente sí se sentiría utilizada.
Lo mismo le ocurriría a él si ilusionara con algo más, lo que lo le llevaría a defenderse juzgándola.
¿Te das cuenta? Es el rechazo, el dolor del no, nuestro ego herido, lo que nos lleva a sentirnos utilizados. Ya que si eres tú quién pierde el interés por la otra persona, nunca te sentirás así. Por eso entender estos mecanismos de la atracción es fundamental.
En el resto de los casos expuestos, esa mujer tampoco se sentiría utilizada. Solo si ve en esa otra persona material para una posible relación, se ilusiona y piensa en vivir una vida con él… Ese dolor va a buscar con qué justificarse y a quién culpar.
¿Y si ambos solo hubiesen querido una aventura? ¿Buscaríamos culpables?
¿No verdad? Por eso en los casos anteriores, tampoco existe ese sentimiento.
Es al dejarse arrastrar por el dolor del rechazo, cuando muchas personas generan resentimiento no solo hacia una persona en particular, sino hacia el acto sexual en sí. Cuando en realidad no es el sexo lo que nos duele, son la expectativa y el rechazo lo que nos hacen sufrir.
No obstante…
El sexo no significa lo mismo para todos
La libertad sexual (vivida sin expectativas ni culpa), para algunos puede ser un estado ideal al que todos deberíamos aspirar. De hecho, en mi opinión, sería lo más adaptativo en los tiempos que corren. Sin embargo, no todas las personas experimentan el sexo como un terreno neutral o fácilmente desapegado. Y no a todas les gusta el mismo tipo de sexo.
Si por ejemplo, juntamos a alguien que el sexo como un gesto romántico, un sexo vainilla como diría Cristian Gray, con otra prefiere un sexo más guarro y dominante, la romántica podría sentirse utilizada. No porque realmente lo esté siendo, sino porque disfrutan del sexo de forma distinta. Aunque ambos compartan el mismo tipo de vínculo. Una situación que se puede abordar desde la comunicación, y que se te interesa, tengo una masterclass en la que explico como hacerlo con ejemplos. En la descripción te dejo enlace. Pero sigamos con una realidad que a menudo olvidamos.
Desde la psicología del desarrollo, se ha estudiado que el vínculo emocional postcoital puede ser intenso debido a procesos hormonales como la liberación de oxitocina. Para muchas personas, el sexo genera inevitablemente apego o deseo de continuidad. No es solo una “narrativa romántica impuesta” de que si se folla es porque se ve al otro como potencial pareja: también es biología, historia personal y estructura emocional.
De hecho, contrario a lo que se suele pensar, los sexólogos señalan que para muchos hombres el enamoramiento más profundo surge durante el sexo. Generando una experiencia emocional intensa en la que el contacto físico se transforma en apego, ternura y amor. Y es que no podemos olvidar que sentirnos deseados es un gran propulsor de validación y autoestima; lo cual que tiene un efecto seductor que nos conquista.
Igualmente, a menudo los hombres se vinculan más con el cuerpo que con las palabras. Y en el caso de las mujeres, aunque suelan requerir una mayor conexión emocional, seguridad y confianza para acabar teniendo relaciones sexuales, durante el acto terminan por vincularse.
Por eso no es raro pensárselo dos veces antes de tener relaciones sexuales. Para ellas no implica un simple deleite del momento, sino que les llega hondo, se enamoran y si luego no hay nada más, sufren. Y eso sin hablar de otros factores de riesgo. Reputación social, sentirse juzgadas por experimentar libremente su sexualidad, prevenirse de las ETS, o incluso miedo a que un hombre por su fortaleza física, pueda agredirlas o forzarlas.
Todo este cóctel de frustraciones, desilusiones y temores provoca que nos encontremos comentarios cargados de juicio hacia la libertad sexual.
En las redes abundan discursos de preocupación, respeto o dignidad, que en muchos casos, esconden resentimiento, miedo y una profunda desconexión con el cuerpo, el deseo y la autenticidad. Lo paradójico es que muchos de estos juicios provienen de personas que, en otros contextos, celebran —al menos superficialmente— expresiones de libertad como el baile, la sensualidad o el disfrute del reguetón más atrevido.
¿Cómo se explica entonces que cantemos a viva voz «la potra salvaje», bailemos letras reggaetón y luego critiquemos el sexo pasajero?
¿Por qué pasamos de celebrar esa libertad sexual en la música, para acto seguido, decirle a alguien que nunca tendríamos sexo en un primera cita?
Conflicto interno entre libertad y condicionamiento
La respuesta está en el conflicto interno entre la libertad que anhelamos y el condicionamiento que aún nos habita.
Por un lado, queremos experimentar sin culpas, vivir con plenitud, gozar del cuerpo y del presente. El alma nos llama hacia esa libertad y la celebramos en la música o la poesía. Pero por otro, el ideal romántico, la propia biología y nuestras historias personales, siguen impulsando expectativas hacia que el amor debe ser eterno. Pensamos que el sexo debe estar vinculado al compromiso y quien no sigue ese guión está “perdiendo el rumbo” o “dejándose usar”.
Este ideal romántico, profundamente arraigado en el inconsciente colectivo, ha dominado durante generaciones. Aunque tiene aspectos muy valiosos —como el deseo de conexión auténtica y compromiso emocional—, en la actualidad también genera frustración, dependencia emocional y dinámicas disfuncionales.
Nos victimizamos cuando alguien no responde a nuestras expectativas, incluso si nunca hubo promesas.
Nos frustramos cuando el otro no cumple un papel que jamás acordamos.
Y si sacamos el tema demasiado pronto, buscando acuerdos o «dejando las cosas claras» antes del sexo, entonces, presionamos. Agobiamos. Pero eso no es lo peor. Lo más grave es que al racionalizar el encuentro con una conversación previa, podemos cargamos la magia seductora de lo imprevisible, que es la que nos lleva al erotismo, la emoción y estas al amor. Por eso no estoy nada de acuerdo con esa Psicología a la defensiva que nos invita a hablar todo y establecer límites o acuerdos que nos protejan. Te lo dice un coach de comunicación. La comunicación puede perjudicar los vínculos eróticos por exceso de racionalización.
Por tanto, ante la imposibilidad de enfrentar estas situaciones con total seguridad, necesitamos abrazar el misterio. Disfrutar del riesgo y centrarnos en jugar en lugar de en protegernos. El sexo se he convertido en parte esencial de nuestras relaciones y no solo nos deleita, construye el vínculo y nos enamora. Pero a menudo tendremos que lanzarnos hacia ese amor desde alturas absurdas, o no se fortalecerá.
Será muy raro que consigas llevar a alguien al altar sin antes haber compartido placer en la intimidad. Y te diré más: también será difícil que tú mismo —o tú misma— logres conectar, sentirte libre y auténtico para enamorarte, si reprimes demasiado tus deseos. Postergar el sexo como estrategia seductiva o de protección, puede salir caro. Lo he visto muchas veces en clientas que me han dicho que no les ha surgido la llama. Que su cuerpo no ha reaccionado al deseo. Ese es el precio a pagar por ese proteccionismo atroz que nos hace vivir en la mente y alejarnos de la Psicología del Poeta.
Necesitamos aceptar que sufriremos si finalmente no somos correspondidos y centrarnos sobre todo en agradecer lo vivido. Lo que has disfrutado al ser libre y estar alineado o alienada con tus deseos. De esta forma, la sangre no llegará al río por culpa de la victimización o la culpa. No generaremos un extra de dolor y apatía por el resentimiento de pensar que hemos sido utilizados.
Y si te encuentres ante una persona que sufre esto, no intentes persuadirla de lo contrario. Como enseño en mis formaciones de comunicación, habla de ti desde la psicología del poeta. Puedes decir:
Prefiero estamparme sin frenos que quedarme quieto con miedo. Porque si me la pego, al menos sé que fui libre. Y esa hostia, por brutal que sea, me deja más satisfecho que vivir pendiente del freno, temblando ante la vida sin atreverme a sentirla de verdad.
Instaurar este tipo de creencias en nuestra cabeza irremediablemente nos hace más valientes y permiten que el dolor se amortigüe. No dejamos de sentir dolor, pero será momentáneo. Si resuenen fuertemente en nuestra mente como una conclusión final, cortamos la rumiación victimista que hace que emociones como el miedo, la frustración o la rabia, se perpetúen en el tiempo y destrocen nuestra autenticidad.
Aceptación de la complejidad de las relaciones humanas
Como señala el psicólogo evolutivo David Buss, «la mayoría de las relaciones humanas son esencialmente intercambios sociales», donde buscamos satisfacer necesidades emocionales, físicas y psicológicas. Esta dinámica no es superficial ni fría: es parte de nuestra naturaleza.
Sentirse utilizado en una relación es como quejarse de que el fuego quema o el agua moja. El error no está en que exista un interés, sino en esperar que alguien actúe al margen de sus deseos o necesidades. Investigaciones como las de Clark & Lemay, 2010, han demostrado que las relaciones más satisfactorias son aquellas en las que ambas partes reconocen y aceptan sus necesidades sin culpa.
Todo vínculo, desde el más fugaz hasta el más profundo, implica una danza de expectativas y deseos. Cada gesto, cada palabra y cada entrega llevan implícitos motivos que van más allá de la simple pureza romántica que a veces nos gusta imaginar.
Incluso cuando buscamos una relación de película, de amor y entrega para siempre, hay un interés de forjar ese vínculo y tener a alguien ahí cada día. Una persona con la que compartir momentos, tener relaciones sexuales o formar una familia.
Esta dinámica, aunque a veces sea percibida como utilitaria, es esencial para construir vínculos duraderos y satisfactorios. Piénsalo, ¿quedarías con un chico que no te atrajera sexualmente? Te irías con él a París si solo fuera tu amigo y no hubiese sexo, cariño, momentos románticos y cómplices.
Hay una frase de mi amigo y sexólogo Luis Tejedor que dice así: El amor mueve el mundo, pero el sexo es su combustible.
Casi todos los “seamos solo amigos” que revelan la ausencia de interés sexual, suelen disolverse y quedar en nada. El verdadero poder está en reconocer esta realidad sin resentimiento y no disfrazarla con buenismo. El interés —incluido el deseo— no es algo que debamos negar o temer. Tampoco es lo único ni lo más importante, pero sí una fuerza vital que nos conecta; no una cadena que nos esclaviza.
El temor a sentirse utilizado es una interpretación limitada y poco realista de las cosas. Una trampa psicológica que nos atrapa en patrones repetitivos de frustración y victimización. El Tantra enseña que la energía sexual es una de las más poderosas que poseemos. Y que, si se sublima y se canaliza con conciencia, puede convertirse en una vía directa hacia el éxtasis espiritual.
Necesitamos apreciar el sexo como vía de construir y fortalecer vínculos, como vía de conexión espiritual. Necesitamos desprendernos de la idea de verlo como una forma de explotación. De hecho, como sabes el sexo tiene beneficios que van mucho más allá del gozo.
Por ejemplo, a veces se critica que, tras una discusión de pareja, nos reconciliemos a través del sexo. Se percibe como una contradicción, una polaridad entre amor y rabia que, alimentada por la incertidumbre emocional, intensifica la conexión física en relaciones incluso disfuncionales.
Pero el problema no es el sexo.
El sexo —cuando se da con presencia y sin manipulación— puede ser un regreso al cuerpo, a la ternura, a la empatía. Un puente que restablece la conexión donde las palabras fallaron.
Lo verdaderamente dañino no es hacer el amor después del conflicto, sino evitar el conflicto mediante el sexo, sin resolver lo que lo originó. El sexo como «tiempo muerto» emocional no es peligroso en sí; lo es cuando se convierte en una forma de huida crónica.
Numerosos estudios respaldan esta visión. Por ejemplo, la investigación de Hall y Fincham (2006) encontró que el sexo puede actuar como un regulador emocional en las relaciones, ayudando a reducir el estrés y aumentar el apego después de situaciones de conflicto.
Por tanto, más que juzgarlo, deberíamos aprender a integrarlo. Porque el sexo no es el enemigo del vínculo… a veces, es su salvavidas.
Soltar el dolor para ganar libertad
Para vivir con mayor claridad emocional, necesitamos reconocer dos aspectos fundamentales: la identificación con el ego y la ambigüedad emocional. El ego, como señala David Hawkins, opera en niveles de conciencia donde predominan el orgullo, el miedo y la necesidad de control. En ese estado, las relaciones se interpretan como juegos de poder: alguien gana, alguien pierde; alguien se entrega, alguien se aprovecha.
Cuando una experiencia sexual no se alinea con nuestra narrativa interna de conexión o compromiso, el ego suele leerlo como una traición o una forma de explotación. Se activa entonces una sensación de vacío que, en realidad, refleja la idea de que necesitamos al otro para completarnos o validarnos.
Al abandonar esa identificación con el ego, accedemos a un estado de presencia en el que la experiencia —sexual o emocional— ya no se mide en términos de ganancia o pérdida. Desde ahí, nuestras acciones surgen como expresiones auténticas del ser, sin caer en narrativas de victimismo. Liberarse del miedo a “ser usado” implica entonces actuar desde una plenitud interna, donde el otro no tiene el poder de definirnos.
Sin embargo, es importante hacer una distinción clave: no todo dolor emocional puede o debe atribuirse al ego herido. A veces, lo que duele profundamente es una necesidad genuina de conexión, afecto y coherencia emocional no correspondida. El problema no está en tener expectativas, sino en no expresarlas con claridad o en suponer que el otro las comparte, cuando nunca se ha hablado de ello.
En muchas de mis alumnas, este ha sido el punto más doloroso: haber vivido una conexión emocional y sexual muy profunda, creyendo que eso daría paso a una relación estable, sin que se hubieran establecido acuerdos reales. Ahí es donde aparece con más fuerza el sentimiento de sentirse utilizadas. No por el sexo en sí, sino por la ambigüedad emocional que mantuvo viva la ilusión y que nunca se tradujo en una intención compartida de construir algo más.
Hace poco, una chica me comentó este caso: estuvo quedando con un hombre durante un año, viéndose frecuentemente e incluso haciendo viajes juntos, pero sin que él quisiera formalizar la relación. Ella buscaba una pareja con la que construir una familia, pero él evitaba cualquier conversación sobre futuro. Finalmente, la acabó dejando por otra chica, haciéndola sentirse traicionada y engañada.
En situaciones así, es fundamental protegerse emocionalmente y establecer límites claros. Como suelo decir: si después de un mes o mes y medio de estar viéndoos, no hay señales consistentes de querer construir una relación de pareja, es poco probable que eso cambie con el tiempo. Es más probable que la acabe construyendo con otra por la que sí lo sienta en esos primeros 45 días.
En estos casos, el problema es el silencio, la falta de claridad. El miedo a mostrar lo que realmente queremos y perder la ilusión de conseguirlo. El miedo hablar con claridad, ser sinceros con nosotros mismos y medir sin pasividad el compromiso real del otro.
Si bien la comunicación puede racionalizar el encuentro y destruir el deseo en los primeros compases de la relación, una vez fortalecido el vínculo, se hace imprescindible tener unos límites claros para no atascarse con personas que no buscan lo mismo.
Eso no significa que en lo vivido, no haya habido amor, deseo genuino de compartir momentos e incluso una conexión emocional profunda. Pero no confundas eso con compromiso. Por mucho que existan todos esos ingredientes, si no hay intención clara de caminar hacia el mismo tipo de vínculo, lo más honesto es reconocerlo y tomar decisiones que cuiden tu bienestar a largo plazo.
Por otro lado, tampoco te machaques si te pasa esto. Como explico en mis formaciones bajo el concepto timing… Muchas veces la diferencia entre el éxito y el fracaso depende del momento. Aléjate de discursos de que no fuiste suficiente. Muchas relaciones se forjan cuando dos personas se encuentran en un momento vital en el que buscan exactamente lo mismo. A veces de forma inconsciente. La seducción no depende únicamente de lo atractivos que seamos ni de qué puerta toquemos, sino de en qué momento toquemos esa puerta.
No es lo mismo conocer a alguien que está en plena celebración de su libertad picoteando de flor en flor, que conocer a esa misma persona cuando ya se ha cansado de ese picoteo y desea construir algo estable y de mayor intimidad.
Evita el trauma y gánate tu libertad
Para ir cerrando, quiero compartirte mi opinión más sincera y mi experiencia personal tras más de 20 años estudiando dinámicas relacionales, y 13 como coach de comunicación especialista en seducción y relaciones. En todo este tiempo he hablado con cientos de personas —hombres y mujeres— y he visto repetirse patrones que merecen ser cuestionados.
Uno de los más frecuentes es este: muchas mujeres se castigan por haber tenido sexo “demasiado pronto”, como si eso fuera lo que impidió construir una relación estable. Tras una noche de pasión o una primera cita intensa, se sienten culpables, “fáciles” o utilizadas. Pero nada más lejos de la realidad.
En mi experiencia —y en la de muchos amigos, conocidos y alumnos—, las relaciones más duraderas comenzaron con un sexo temprano, libre y sin estrategias. Yo mismo inicié así mis dos relaciones más largas —una de casi once años— después de tener sexo en la primera o segunda cita. El deseo no nos distanció: nos unió.
Hace poco, en un pub, una chica me dijo que no se acostaba fácilmente con nadie. Le respondí con total honestidad:
“No me vendas esa película, porque no me vas a conquistar con ella. Yo no busco una monja. Busco a alguien libre, auténtica, con quien celebrar la vida, no con quien calcular qué está bien o mal.”
Su expresión lo dijo todo. Y al repasar sus relaciones, me dio la razón: todas habían comenzado con una fuerte conexión sexual como combustible. Sin calcular, dejándose llevar. Me reconoció que ella siempre había sido una persona muy sexual, pero por miedo y dolor no resuelto, había empezado a esconderse detrás de un personaje que no era ella. Una versión, en sus propias palabras, descafeinada. Temerosa y postergadora del sexo.
Lo mismo le pasa a muchos hombres. Tras ser rechazados emocionalmente después de una conexión sexual, se sienten dolidos, pero en lugar de revisarse, culpan a la otra persona o se prometen a sí mismos no volver a entregarse tan pronto. Así es como nace el cinismo, la distancia, la desconfianza o las actitudes de macho alpha basadas en mostrar un desapego falsificado. Perdiendo así la oportunidad de conectar desde lo real.
Por eso, mi consejo es el mismo para todos: no te vendas como puritana, ni como libertario, ni como algo que no eres. No necesitas encajar en ningún estereotipo. Solo necesitas conectar contigo y con el otro desde la autenticidad.
No racionalices todo. Racionalizar mata el momento, la seducción, la magia. Y no utilices el sexo como moneda de cambio, ni lo postergues como estrategia para «enganchar» a alguien. Muchos hombres —yo incluido— sentimos que la conexión se rompe cuando el deseo se retiene por cálculo. La seducción más poderosa nace de la entrega libre, no del control.
Dicho esto: tener sexo pronto sin sentirte del todo cómodo o cómoda también es una forma de traicionarte. Lo importante es vivirlo desde el deseo auténtico, no desde la carencia ni el miedo a ser juzgado o como estrategia.
Y recuérdalo siempre: el interés no invalida la conexión. Al contrario, el interés es una expresión legítima de nuestra naturaleza. En mi propia experiencia, buscando únicamente sexo me he visto enamorándome y construyendo relaciones largas.
Lo que podría criticarse como utilización para el ideal romántico, fue el primer paso para forjar vínculos preciosos y duraderos. Y es que buscamos lo que nos nutre, nos desafía y nos completa. Desde el bebé que llora por ser sostenido hasta el adulto que desea sentirse visto y amado.
Las aventuras sexuales no son vacías por definición. Pueden ser espacios de autoconocimiento, expansión y hasta de sanación emocional. Como dice Esther Perel, la pregunta no es si el sexo casual es bueno o malo, sino ¿desde qué lugar lo estás viviendo?
Muchos de los juicios hacia la libertad sexual —propia o ajena— son proyecciones de inseguridades, miedos o deseos no explorados. Y suelen nacer de un ego herido que quiere controlar lo que no entiende o teme perder.
Al final, lo que importa no es cuántas parejas has tenido ni si tu historia fue romántica o casual, sino si la viviste desde la verdad, con responsabilidad emocional y coherencia con tu deseo. Y aún si no es así, aún si hemos visitado ciertos lados oscuros de nuestra personalidad, dejar de criticarnos, abandonar el perfeccionismo y abrir los ojos al arte que se esconde en ellos.
Cuando trasciendes el miedo a ser utilizado, dejas de vivir atrapado en expectativas, y te abres a un amor más libre, más honesto y más humano. Si surge algo más, te entregas desde lo verdadero. Y si no, agradeces el momento compartido.
Porque la vida no es una transacción. Es una sucesión de encuentros significativos. Y si te cierras al dolor, también te cierras al gozo.
Y hasta aquí hemos llegado. Gracias por acompañarme en este segundo podcast de Psicología Poeta. Espero tus comentarios, sobre todo si no estás de acuerdo. Porque en el desacuerdo crecemos y profundizamos desde distintos puntos de vista. Y no olvides darle a me gusta, compartir y suscribirte para no perderte el próximo podcast. Te dejo con mi cita de cierre de este episodio, esta vez de George Bernard Shaw:
“La libertad no es hacer lo que quieras. Es no ser esclavo de lo que temes.” —