Se acercaron unos amigos a decirme que se iban, y aunque prefería quedarme, las opciones eran irse o irse solo más tarde aguantando una tediosa caminata de pensamientos por más de media hora hasta llegar al coche. Siempre me gusta aparcar cerca de los sitios a los que voy, pero esa noche los muy zorros de mis amigos me engañaron. Así que habiendo dejado mi coche cerca de los vientos del Jamaica, fui a pedir un botellín de agua dispuesto a emprender la marcha. No para hidratarme por la travesía, sino para preparar al estómago a soportar mierdas de conversaciones de penas y alegrías que apenas aguantaba ya a esas horas.
Sin embargo, como lanzando un salvavidas a la mar de un náufrago que se da ya por ahogado, apareciste tú. Yo no te estaba buscando, no me acerqué a tu lado de la barra porque fueras increíblemente preciosa, ni porque tuviera pensando decirte nada. Pero joder, en el momento en el que me miraste todo mi plan se fue a la mierda. Empezamos a hablar, mis amigos se fueron sin mi, y yo me vi envuelto en una de las conversaciones más filosóficas, extrañas y estimulantes de toda mi vida.
Ciertamente, no sé nada de ti. Tampoco me diste ningún dato más que allá de tu nombre. Quizá solo fueras una sombra de algo que buscaba sin saberlo. Alguien que me miraba a través del espejo de mi propia locura, hablando de todo y de nada, llevándome la contraria pero mirándome con ganas de follarme al mismo tiempo. Surcando los mundos de Bukowski, riéndote de mi y de todos los demás. Hasta de ti misma.
Tanto fue así que quise pasar un vida entera enfrascado en aquella conversación. Intentando demostrarte que era guay, sin parecer que lo hacía, mientras tú me desmontabas el chiringuito con tan solo una sonrisa. Y dios mío, vaya sonrisas. Había más inteligencia en ellas que en todos los putos inventores de bombillas, académicos y soñadores de esta tierra danzando juntos a ver a quién le cuelga más el gajo.
Ahora no sé si quisiera volver a verte. Podrías poner toda mi vida patas arriba y el problema es que yo no soy de los que sale huyendo de los caminos extraños. Soy de los que venderían su alma al diablo a cambio de un sueño de niebla y espuma mientras atino a pensar en cómo podría engañarle. Solo con tal de descubrir algo nuevo en mi.
Y la noche no quiso acabar ahí. Tras volver andando solo hacia mi coche, me vi corriendo dos manzanas con un loco detrás que me había preguntando previamente si creía en el niño jesus. Yo le dije: claro que sí caballero. Pero a ese solo le interesa o robarme o esparcir mis sesos contra el suelo. Lo que no intuiría es que aún con zapatos sería capaz de correr una media de 10 metros por segundo más que él.
Y así y con todo no podía quitarme tu olor de la cabeza. Habría muerto apoyado sobre tu hombro aquella noche y lo habría hecho feliz. Sin saber qué más hacer.
Así que como sé que eres de llevarme la contraria, solo te diré que te odio. Te odio por dejarme en esta oscuridad, este querer saber de ti y no poder abrir los ojos lo suficiente para ver algo que me invite a encontrarnos otra vez, aunque fuese en cualquier otra persona, porque ciertamente, no creo que la haya.
Sentía que podía contarte lo que fuera.