Hay una herida silenciosa que muchas personas arrastran tras una ruptura o una experiencia íntima que no culminó en lo esperado: el apagón erótico.
Ese momento en que, por miedo a volver a ilusionarse o sentirse rechazadas, comienzan a cerrar su cuerpo y su deseo como si fueran culpables de haber amado, sentido o confiado.
En muchos casos, el sexo —que alguna vez fue fuente de vida, juego, gozo y conexión— se convierte en un territorio asociado al fracaso o a la vergüenza. Es entonces cuando el erotismo se apaga, no porque ya no exista, sino porque ya no nos atrevemos a habitarlo.
El erotismo como energía vital (Esther Perel)
La psicoterapeuta belga Esther Perel sostiene que el erotismo no es solo lo que hacemos, sino cómo nos sentimos cuando lo hacemos.
Es una actitud ante la vida: un impulso creativo, lúdico, arriesgado que necesita espacio, imaginación y, sobre todo, libertad.
Muchas personas, tras una ruptura o encuentros donde hubo sexo pero no prosperó una relación, comienzan a cerrarse. Asocian el sexo con decepción, con la ilusión frustrada, con el sentimiento de haber sido usadas o no elegidas.
Tal vez se entregaron esperando amor y recibieron distancia y conflictos.
Tal vez confundieron intimidad física con compromiso emocional, y al no verlo correspondido, algo dentro se rompió.
La experiencia erótica se vuelve un terreno minado de expectativas y miedo.
El deseo, que antes era una expresión de conexión, comienza a verse como una amenaza. Cuando se usa como herramienta para conseguir amor y ese amor no llega, el erotismo se vuelve sospechoso.
Y en ese cruce inconsciente, se instala el miedo: miedo a volver a desear, miedo a ser vulnerables otra vez.
El deseo no desaparece. Solo se encapsula. Se reprime. Se adormece.
El deseo se esconde y busca aislamiento tras la excusa de estar «enfocada en otras cosas» o “trabajando en uno mismo”, cuando en realidad hay un temor profundo: el de volver a sentir placer y que ese placer nos deje expuestos… al abandono, al rechazo, al vacío.
Esther Perel nos recuerda que el erotismo va más allá de lo sexual. Es una fuerza del alma, una energía vital que no se puede vivir desde la rutina, el juicio o el miedo.
Renunciar a ella por temor al rechazo es como dejar de bailar porque una canción terminó mal.
Apagar la chispa erótica no nos protege, solo nos aleja de una fuente profunda de vitalidad.
Se sigue amando, pero desde lo seguro.
Se ofrecen abrazos, pero no piel.
Se cuida, pero sin hambre.
Y aunque no se diga… el cuerpo lo nota.
Y el otro también.
La solución no es cerrarse, sino aprender a vivir el deseo sin cargarlo de expectativas, entendiendo que el sexo puede ser una experiencia plena en sí misma: un acto de presencia, disfrute y encuentro genuino, incluso si no lleva a una relación formal.
Volver a conectar con el deseo es volver a conectar con la vida.
El autosabotaje afectivo (Giorgio Nardone)
En su enfoque estratégico breve, el psicólogo Giorgio Nardone describe estas situaciones como soluciones intentadas que mantienen el problema.
La persona que ha sido herida trata de protegerse del dolor evitando el sexo, creyendo que así no volverá a sufrir. Pero esta evitación, en lugar de sanar, prolonga el trauma, creando una barrera emocional que impide la conexión real.
Por el otro lado, quien desea, en lugar de mantenerse fiel a su energía vital, empieza a contenerse, a reprimir, a adaptarse demasiado.
La relación se vuelve una danza asimétrica donde uno se cuida demasiado y el otro se siente culpable por desear.
Pero el deseo no es una amenaza. Es una fuerza viva. Y reprimirlo por miedo al rechazo no lo hace desaparecer: solo lo vuelve resentido o apagado.
Se cierran a la experiencia sexual como si eso las inmunizara ante el dolor.
Pero esta estrategia, que en principio parece lógica, se convierte en una trampa.
Al evitar el contacto íntimo, también evitan la posibilidad de sanar, de reconstruir la confianza en su cuerpo, en el otro, en el juego del deseo.
Se aíslan creyendo que están siendo prudentes, pero en realidad están alimentando el miedo.
Para Nardone, la paradoja está en que cuanto más evitamos aquello que nos angustia, más poder le damos. Y la única forma de romper ese patrón es exponernos, de forma progresiva, a aquello que tememos.
Volver a desear, sin exigencias ni expectativas, es un acto de valentía emocional.
El ahora como refugio erótico (Eckhart Tolle)
Eckhart Tolle enseña que el sufrimiento ocurre cuando nos resistimos al presente.
En el contexto erótico, esto significa que muchas veces estamos viviendo desde el pasado: desde heridas, traumas, decepciones.
No tocamos, no nos entregamos, porque seguimos defendiéndonos de algo que ya pasó… pero que seguimos reviviendo.
Cuando vivimos atrapados en las historias del pasado —la decepción, la traición, el “no funcionó”— estamos desconectados del único momento donde el deseo puede ser real: el ahora.
Traer conciencia al cuerpo. Estar presentes en la piel. Volver al ahora sin expectativa, sin historia, sin juicio… es una forma de sanar.
En ese sentido, el sexo vivido desde la conciencia —sin proyectar, sin dramatizar, sin anticipar— se convierte en una meditación, como sugiere Perel.
Un espacio donde, por unos minutos, dejamos de sobrevivir y empezamos a vivir.
Y eso es profundamente sanador… si se permite.
Una vía de conexión con la vida tal como es, y no como quisiéramos que fuera.
Reconectar con el deseo: una práctica de amor propio
Volver a encender la chispa erótica no es una cuestión de encontrar pareja, ni de tener “buen sexo”. Es un proceso interior.
Una recuperación de la confianza en el cuerpo, en el presente, y en la posibilidad de disfrutar sin poseer, de sentir sin controlar, de dar sin miedo a perder.
La clave está en desatar los nudos que atan el deseo al dolor. En separar el gozo físico de la necesidad emocional de ser elegidos.
Podemos decir:
“Puedo desear sin exigencia. Puedo entregarme sin depender. Puedo jugar sin hipotecar mi paz.”
Porque el sexo, como dice Perel, no es una transacción: es una creación. Y cuando lo vivimos desde ese lugar, deja de ser una búsqueda de seguridad para convertirse en una expresión de libertad.
Amar a alguien que se ha cerrado al deseo
¿Qué pasa cuando tú eres la persona que todavía vibra?
Que todavía desea, juega, insinúa, se enciende solo con mirar al otro.
Y te encuentras con alguien que, por miedo, ha apagado su chispa.
Al principio, lo intentas con ternura, juego y provocaciones. Con paciencia.
Te adaptas. No presionas.
Entiendes que hay una herida.
Pero si el tiempo pasa, y el erotismo sigue siendo rechazado o minimizado, algo en ti empieza a doler.
Se sigue amando, pero desde lo seguro. Se ofrecen abrazos, pero no piel desnuda. Se cuida al otro, pero sin hambre. El deseo queda encapsulado, enterrado bajo capas de racionalización, rutina o supuesta madurez.
Pero el cuerpo lo nota. Y el otro también.
Porque el deseo no es una simple pulsión: es una forma de amar. Y cuando se te niega constantemente, no solo sientes frustración: empiezas a cuestionarte a ti mismo.
¿Estaré siendo invasivo? ¿Estoy mal por sentir así? ¿No despierto su deseo?
Ese juicio, esa sospecha sobre tu forma de desear y de tu propio atractivo, puede hacer que te retraigas, que empieces a censurar tu seducción natural, que escondas tu fuego para no incomodar.
Y sin darte cuenta, vas dejando de besar con deseo.
De tocar con intención.
De mirar con hambre.
Porque ya no sientes que tu deseo tiene un lugar.
Y poco a poco, empiezas a apagarte también.
Ante las negativas y no poder disfrutar del sexo con autenticidad, la persona que deseaba con ternura, que ofrecía juego, caricias, besos, empieza a perder el brillo.
No por venganza, sino por pura tristeza acumulada.
Amar sin sentirte deseado es como hablar sin ser escuchado.
Como bailar sin música.
Y llega un día en que te sorprendes mirando a esa persona con cariño… pero sin deseo.
Con respeto… pero sin impulso.
La chispa se ha ido. O está dormida. O se fue a buscar eco a otro lugar.
Porque el deseo necesita ser reflejado.
No exigido, ni forzado. Pero sí acogido, alimentado, invitado.
Y cuando no lo es, deja de presentarse.
El deseo no sobrevive en el desierto.
Conclusión: Volver a Habitar el Fuego
No se trata de forzar nada.
Ni de exigir sexo como moneda de amor.
Se trata de reconocer que el erotismo es un lenguaje del alma, y que cuando se le silencia sistemáticamente, se pierde una parte esencial del vínculo.
No todas las personas necesitan el mismo nivel de actividad sexual, es cierto.
Pero todos necesitamos sentirnos vistos, tocados, deseados… en algún grado.
No por vanidad. Sino porque somos seres encarnados, y el amor —cuando es real— también se manifiesta en el cuerpo.
Reaprender a desear. A dejarse tocar. A estar presente.
A no juzgar el deseo del otro, ni hacerlo sentir como un problema.
Eso es lo que puede salvar una relación del desgaste silencioso de sentirse emocionalmente cerca… pero eróticamente solos.
PD: Consejo del Papa
Hay un vídeo en el que aparecía el Papa Francisco diciendo lo siguiente:
Me revienta, hablando en castellano perfecto, lo que me revienta son los jóvenes aburridos.
Por favor, muévanse, hagan lío.
Si se equivocan mala suerte, se levantan y siguen adelante.
Pero muévanse eh, no sean jóvenes aburridos.
PD2:
Disfruta, hazle caso al Papa.
DESCANSE EN PAZ.