La frase “me estoy centrando en mí” se escucha con frecuencia tras rupturas, decepciones o momentos de crisis. Pero, ¿qué ocurre cuando esta práctica de autocuidado se convierte en una muralla invisible que enfría el deseo, la intimidad y la posibilidad de conexión profunda?
¿Nos hemos vuelto expertos en desaparecer con estilo en esta nueva era espiritual disfrazada de crecimiento personal?
En mi opinión, cada vez me encuentro a más alumnos y alumnas que utilizan el crecimiento personal como excusa para no amar. Personas que dolidas por experiencias pasadas, utilizan argumentos certeros, como que primero hay que amarse a una mismo, pero desde un nivel de conciencia más cercano al orgullo que al amor. Pierden empatía, huyen de las relaciones o no asumen responsabilidades afectivas mientras se repiten: para amar primero hay que amarse a uno mismo.
Hipersensibles al conflicto, encuentran en esa premisa básica del crecimiento espiritual una excusa para dejar de entregarse y evitar exponerse nuevamente al dolor.
En estos casos, centrarse en uno mismo, lejos de ser una elección consciente de bienestar, puede transformarse en una forma de apego evitativo camuflado de autosuficiencia emocional, con efectos directos en la vida erótica y vincular.
Decimos “me estoy centrando en mí” con un tono de nobleza interna, como si estuviésemos en retiro sagrado…
pero muchas veces no es más que una retirada estratégica del campo emocional.
Una forma elegante de decir: “no quiero volver a sentir dolor.”
Nos alejamos, meditamos, pasamos horas en el gimnasio, encendemos inciensos, leemos sobre polaridad masculina, energía femenina, chakras y límites.
Mientras tanto…
apagamos el fuego del alma, cerramos las puertas del cuerpo y dejamos fuera a todo aquel que intente tocarnos con verdad.
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Toggle¿Cómo se da esta transformación?
Centrarse en uno mismo tras una ruptura o un periodo emocional difícil es, en principio, es adaptativo como un acto de autocuidado. Una metáfora que me gusta utilizar es la de poner la tierra en barbecho para que vuelva a dar mejores frutos pasado un tiempo.
Es el momento en que uno necesita sanar, reorganizar su mundo interior y reconstruir sus cimientos.
Sin embargo, si no llevamos cuidado, esta etapa puede transformarse en una forma sutil de apego evitativo, cuando el «cuidarse» se convierte en mecanismo de defensa crónico.
Más orientado a evitar el dolor de la intimidad que a cultivarse realmente. Lo que en muchas personas ha provocado un perdida de autenticidad y libertad emocional en sus relaciones. Afrontándolas como si la otra persona fuese siempre un posible enemigo del que cuidarse.
Veamos 5 puntos clave:
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Confundes sanación con aislamiento: Al principio, necesitas espacio para reflexionar. Pero si pasa el tiempo y sigues evitando vínculos emocionales profundos, puede que hayas cruzado la línea. Te convences de que “nadie me merece” o “estoy mejor solo” como verdades absolutas, no como fases transitorias.
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Idealizas la independencia emocional: La autosuficiencia se convierte en una trinchera. Dices que no necesitas a nadie, lo cual es cierto en niveles de conciencia elevados. Sin embargo, en la mayoría de los casos lo que hay detrás es un miedo no resuelto a ser herido, utilizado, manipulado o rechazado.
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Racionalizas tu desconexión: Empiezas a usar conceptos de crecimiento personal para justificar tu alejamiento emocional. Hablas de límites, energía, vibraciones, pero muchas veces estás disfrazando una herida no procesada.
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Te vuelves adicto al control: Evitar el caos del amor o la vulnerabilidad se convierte en una forma de mantener todo bajo control. “Si no me involucro, no me desmorono”. Pero con eso, también dejas de vivir experiencias profundas.
Como siempre digo, en todo proceso de desarrollo emocional hay epatas.
Sanar está bien.
Regresar al centro, conocerse, limpiar las heridas… es esencial. Evitar relaciones cuando nuestro cuerpo sangra de un desencuentro anterior es natural y adaptativo. Pero hay una línea invisible que, si cruzas sin darte cuenta, te transforma de buscador interior a ermitaño emocional.
Alcanzas una paz mental falsa, porque la paz mental verdadera se obtiene cuando tienes paz en medio de la tormenta. No gracias a aislarte o no exponerte. El crecimiento espiritual te lleva a actuar de forma valiente, no a huir de los desafíos con justificaciones psicológicas bien argumentadas.
La sensación es que el mundo deja de ser una danza y se convierte en una fortaleza.
Cerrarte deja de ser temporal y se convierte en un miedo crónico y patológico que a menudo se queda enterrado en el subconsciente. No sabemos que está ahí, y aunque seamos felices, ya no sentimos como antes.
Dicho de otra forma, crees que te proteges… pero te estás empobreciendo.
Pierdes no solo deseo, sino también vínculo, empatía, capacidad de amar y ser amado.
La clave está en el propósito:
¿Te estás centrando en ti para crecer y luego compartirte desde un lugar más sano? ¿O te estás encerrando para no volver a sentir?
El apego evitativo no es frialdad real, sino miedo a lo que ocurre cuando te abres y dependes emocionalmente de alguien. Cuidarte debe ser una etapa fértil, no una cueva.
Pérdida de empatía
La psicología es clara: el ser humano necesita vincularse, ser tocado, ser mirado, ser sentido.
No solo a nivel físico o romántico. A nivel neurobiológico.
Cuando evitas la intimidad, activas mecanismos de defensa como:
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Desensibilización emocional: te vuelves indiferente ante el dolor o la ternura del otro.
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Despersonalización relacional: tratas a los demás como personajes secundarios en tu historia de autosuficiencia.
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Dificultad para generar apego seguro: no sabes cómo sostener la cercanía sin sentir que pierdes el control.
Todo esto lo explica muy bien el psicólogo John Bowlby con su teoría del apego:
Cuando desconectas para no sufrir, no solo te proteges del dolor… también te amputas la alegría del contacto humano.
Es posible perder empatía —y, con ella, la capacidad de nutrir relaciones amorosas— cuando te vuelcas en la idea de que “centrarte en ti mismo” es el fin último, en lugar de una etapa de integración.
Esto ocurre cuando el crecimiento personal se convierte en un escudo narcisista sutil, donde el bienestar propio se prioriza hasta el punto de negar la responsabilidad afectiva hacia el otro. Algunos signos de esta desconexión son:
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Minimizar las emociones ajenas: Piensas que si alguien te necesita o se siente herido, “es su problema”, porque tú estás “en tu proceso”.
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Justificar distancia con espiritualidad o psicología: Frases como “yo vibro en otra frecuencia” o “no es mi tarea cargar con emociones ajenas” se usan como excusas para evitar comprometerse afectivamente.
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Desvalorizar el amor como parte del crecimiento: Crees que las relaciones siempre entorpecen tu camino, cuando en realidad pueden ser un espejo necesario para revelar partes de ti que solo se activan en el vínculo.
Centrarte en ti no debería desconectarte del cuidado del otro, sino refinar tu capacidad de amar con más presencia y conciencia. La verdadera autonomía emocional no es indiferencia, sino una forma más libre de involucrarte, sin perderte ni dañar al otro.
Distingue entre desapego de no apego
Según David Hawkins, la diferencia entre desapego y no apego radica en la actitud interior hacia lo que se deja ir.
El desapego suele implicar una forma de rechazo, resistencia o represión; es decir, se «empuja» algo fuera de la experiencia con esfuerzo o juicio.
En cambio, el no apego es una postura de aceptación y libertad natural: no se necesita rechazar nada, simplemente no hay dependencia emocional ni identificación con el objeto o situación. El no apego nace del reconocimiento de que nada externo es fuente real de felicidad o sufrimiento.
En las relaciones, el desapego nos hace caer en victimizaciones y huir del sufrimiento, renunciando al disfrute por miedo al dolor.
Vivir desde el no apego no significa renunciar al disfrute, al amor o a los vínculos profundos. Significa que puedes amar sin depender, disfrutar sin aferrarte, y anhelar sin sufrir si no se da.
Desde el no apego:
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Puedes tener relaciones significativas, pero sin miedo a perderlas.
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Puedes desear algo, sin que su ausencia destruya tu paz interior.
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Puedes comprometerte, sin que eso te encadene.
Desde el no apego, uno se vuelve verdaderamente valiente y libre, porque ya no se necesita protegerse del dolor evitando el amor, la entrega o la vulnerabilidad. Te expones por completo, no porque seas ingenuo, sino porque comprendes que el dolor forma parte de la experiencia humana, y ya no le temes. Vives con el corazón abierto, sin necesidad de controlar ni retener.
En cambio, el desapego muchas veces es una estrategia defensiva. No se entrega por completo, dosifica la implicación, evita involucrarse demasiado, todo por temor al sufrimiento. Se relaciona más con el control y el cierre emocional que con la verdadera libertad interior.
El no apego, entonces, no reduce el amor, lo purifica: lo libera del miedo, de la posesión y de la dependencia.
El deseo necesita riesgo, no solo equilibrio
La sexóloga y terapeuta Esther Perel, autora de “Erotic Intelligence” y “The State of Affairs”, ha sido clara en su diagnóstico:
“El deseo no necesita seguridad. Necesita misterio, juego, y un otro real. En exceso de autocomplacencia puede desaparecer.”
Cuando nos cerramos al contacto emocional, aunque sea en nombre del crecimiento personal, el erotismo empieza a menguar. Nos volvemos expertos en cuidarnos, pero analfabetos en desear con valentía. Vivimos desde el desapego que nos lleva a niveles de conciencia bajos, no desde el no apego que nos acerca a niveles superiores.
Es curioso como día a día veo a más chicos y chicas que huyen del sexo por no enfrentarse a sus propios fantasmas. Se aprecia en personas que si bien, en el pasado disfrutaron del sexo libremente y sin juicios, ahora, critican y ven en el sexo algo prescindible o de «guarros sin control» subyugados al deseo.
De esta forma el deseo se esconde y busca aislamiento tras la excusa de estar «enfocada en otras cosas» o “trabajando en uno mismo”, cuando en realidad hay un temor profundo: el de volver a sentir placer y que ese placer nos deje expuestos… al abandono, al rechazo, al vacío.
Pero apagar la chispa erótica no nos protege, solo nos aleja de una fuente profunda de vitalidad.
Esta realidad me la he encontrado incluso en personas que imparten formaciones espirituales. Comentándome que sufren una ansiedad y falta de vitalidad silenciosa, pese a que se consideren felices.
Sus vidas pierden emoción y autenticidad cayendo con frecuencia en estados de apatía que combaten con argumentos espirituales. Sus amplios conocimientos psicológicos les ayudan a no caer, pero les llevan a sentir cada vez menos.
Del autocuidado al narcisismo sutil
La psicóloga y sexóloga italiana Silvia Bonino advierte que el deseo se alimenta de la diferencia, de la alteridad. Sin el otro como espejo y desafío, el deseo pierde su energía vital y se vuelve rutina o evasión.
Hoy observo cómo muchas personas reaccionan con incomodidad o evasión ante quienes les señalan que algo podría mejorarse en su manera de actuar. Incluso cuando la observación o crítica constructiva se expresa con respeto y claridad, se percibe como un juicio o ataque personal.
Esta hipersensibilidad suele surgir de una identificación profunda con el ego, que tiende a interpretar cualquier señal externa como una amenaza a su valía. Lo que desvela que ese desarrollo personal de centrarse en uno mismo ha fortalecido el ego, que paradójicamente, es el principal enemigo del auténtico crecimiento.
Estas reacciones son comunes en estados de conciencia como el miedo, el orgullo o la culpa. Percibimos el mundo a través del prisma de la defensa, la comparación y la autojustificación. Por ello, cuando otro le sugiere que podría no estar actuando adecuadamente, se siente atacado, insuficiente o incluso avergonzado.
En estos estados, se demanda empatía, validación y atención, pero al mismo tiempo se rechaza cualquier demanda que implique responsabilidad personal. Se crean batallas de egos espirituales con argumentos cínicos. Es como si se exigiera comprensión sin asumir que las relaciones también implican corresponsabilidad y reciprocidad. Se busca ser escuchado, que se nos pida perdón, pero no siempre se está dispuesto a escuchar o pedir perdón ante las necesidades insatisfechas del otro.
Volviendo a la evitación de las relaciones amorosas, la presencia de otra persona puede actuar como un espejo de alta resolución. No sólo refleja lo que decimos, sino también lo que callamos; no sólo lo visible, sino lo vibracional. Captura lo que hay debajo de las palabras: intenciones, heridas, miedos no resueltos. Esto puede ser profundamente incómodo para quien ha aprendido a vivir en una burbuja protectora, construida para sostener una imagen interna de seguridad o perfección.
Pero el verdadero crecimiento ocurre cuando trascendemos las capas del ego y comenzamos a vivir desde la aceptación, el humor, el amor y la responsabilidad. Allí, el espejo ya no se vive como una amenaza, sino como una oportunidad de autoconocimiento y evolución. Ya no tememos cometer errores ni que nos los señales, sino que nos reímos de ellos y crecemos a partir de las observaciones del otro. Es el tomarnos con buen humor lo que antes nos ofendía lo que mejora nuestras relaciones, no el saber defendernos con más argumentos.
En contextos de evitación emocional, se tiende a:
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Priorizar la independencia y el control.
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Reducir la sexualidad a experiencias sin carga afectiva, reservarlas para un futuro amor ideal o directamente suprimirlas.
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Usar conceptos como “energía”, “límites” o “frecuencias” para justificar la desconexión emocional.
Lo que parece evolución personal puede ser, en realidad, una estrategia para no volver a ser vulnerable. Pero el cuerpo lo nota: el sexo se vuelve técnico, la libido baja, y el vínculo se enfría.
La soledad se vuelve costumbre.
Y como no hay nadie que te mire con profundidad, tampoco hay nadie que te refleje lo que ya no ves de ti mismo.
Pierdes:
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La risa compartida.
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La vulnerabilidad sostenida.
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El arte de los silencios llenos.
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La incomodidad sagrada de que alguien te conozca de verdad.
Y en ese vacío, aunque medites y comas sano…
tu alma grita por dentro: “tócame, atrévete a verme.”
La intimidad como amenaza
Uno de los motivos por los que principalmente las mujeres, se cierran en sí mismas, es sentirse utilizadas por sexo. Pero sentirse utilizado es como quejarse de que el fuego quema o que el agua moja.
Todo vínculo humano, desde los más efímeros hasta los más profundos, están teñidos de interés. Es una danza de necesidades y deseos, donde cada gesto, cada palabra y cada entrega llevan implícitos motivos que van más allá de la simple pureza romántica que a veces nos gusta imaginar.
Sin embargo, el temor a sentirse utilizado es una de las quejas más comunes en las relaciones humanas. Lo que en realidad, es una interpretación limitada y poco realista de las cosas.
Giorgio Nardone destaca que el sentimiento de ser utilizado refleja una forma de rigidez mental que se convierte en una trampa psicológica, atrapando a las personas en patrones repetitivos de frustración y victimización.
Este tipo de queja nace del deseo de protegerse del dolor y la decepción, evitando enfrentar la incertidumbre que es inherente a toda interacción humana. En lugar de aceptar que las relaciones son, en esencia, intercambios de necesidades y deseos, esta mentalidad fija convierte a las personas en jueces y víctimas de un supuesto abuso. Olvidando que las expectativas y demandas son siempre una parte natural de cualquier vínculo. Cuya aceptación disolvería esta dramatización tan perjudicial.
Por otro lado, no podemos olvidar que el deseo no es solo genital.
Es ese fuego de querer estar vivo con otro. De mirarse sin guiones. De sentirse en carne abierta.
Cuando te cierras a la intimidad, no solo pierdes sexo.
Pierdes la mirada humana que te valida, la mano que sostiene, el espejo que te muestra quién eres en lo más íntimo.
David Schnarch, terapeuta sexual, nos habla de un espacio donde la intimidad confronta nuestras defensas, activa nuestras heridas infantiles y nos exige madurar.
“No hay erotismo profundo sin atravesar el miedo a ser visto completamente.”
El evitativo moderno evita ese crisol. Se refugia en prácticas personales, pero evita exponerse, depender o ser herido.
Desde ahí, el deseo pierde su cualidad transformadora y se vuelve un bucle de experiencias inconexas.
El problema no es ser utilizado, sino la forma en que interpretamos ese uso. Al soltar esta perspectiva, dejamos de caer en la trampa de la victimización y nos liberamos para vivir relaciones más auténticas y conscientes.
Reconectar no es debilidad. Es valentía sagrada.
Volver al deseo no es volver al caos emocional.
Volver al vínculo no es someterte.
Es rendirte a algo mayor que tu ego:
el misterio del encuentro, la alquimia de dos almas que se rozan, se hieren y se curan.
Y ahí es donde el deseo resucita, la empatía vuelve, el corazón se rehumaniza.
Cuidarte no debería convertirte en isla.
Debería prepararte para amar con más raíces, más visión, más verdad.
Es aprender a desnudarse con coraje, a mirar al otro sin miedo, a no controlar cada respuesta afectiva.
Significa abrirse al cuerpo del otro como un lugar sagrado, no como una amenaza.
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Centrarse en uno mismo debe abrirte, no cerrarte.
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El deseo verdadero necesita presencia, no solo técnica.
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La intimidad no es debilidad, es madurez emocional.
Una comunicación que destruye relaciones
Como coach de comunicación con más de 13 años ayudando a mejorar las relaciones interpersonales y los mecanismos de atracción, me sorprende lo que muchos compañeros psicólogos proponen en redes sociales.
De un tiempo para acá, cada vez veo más vídeos que exponen una comunicación defensiva que estoy 100% seguro está ayudando a destruir la autenticidad de nuestras relaciones. Recientemente lo comentaba con un antiguo alumno, estudiante de psicología y habitual en retiros espirituales durante muchos años. En su caso tiene una relación con una chica que comparte su pasión por la psicología y la espiritualidad.
Sus conflictos son frecuentes, con altas dosis de racionalización y análisis de la relación o de lo que sienten. Un exceso de comunicación que les lleva a conversaciones interminables y frecuentes que destruyen la chispa erótica que fluye en el misterio.
Eso ya lo destacó Nardone hace muchos años, que el exceso de comunicación mata el misterio y la incertidumbre que el erotismo y la autenticidad necesitan en una relación. Pero parece que, subyugados al miedo, no nos entra en la mollera.
Saber mucho de psicología y comunicarlo, en una relación no nos acerca más, sino que nos aleja con argumentos elegantes. Usamos palabras como “límite”, “proyección” o “apego” no para sanar, sino para proteger el orgullo con más sutileza. Ya no sentimos, interpretamos. Ya no nos abrimos, defendemos nuestra versión emocional con vocabulario terapéutico. Y el amor, que antes fluía con torpeza y ternura, se convierte en un duelo de razones disfrazadas de consciencia.
Necesitamos una comunicación seductora
Hay algo profundamente humano —y bello— en comprender al otro sin análisis, sin estructuras, sin diagnósticos. Escuchar con el corazón, sin preparar una respuesta.
Quedarse, no porque todo sea sano, sino porque algo se siente real. Porque a veces el alma solo quiere ser abrazada, no entendida. Y ahí, en esa simplicidad desarmada, vive el amor que no necesita ser perfecto para ser verdadero.
La comunicación seductora —que incluye escucha activa, vulnerabilidad bien dosificada, y una energía basada en la conexión genuina— permite construir relaciones más seguras y conscientes, donde no es necesario sobreprotegerse ni hablarlo todo. Se desarrolla una nueva confianza en uno mismo y en la capacidad de gestionar las emociones que surgen en la intimidad sin caer en el perfeccionismo y expectativas que nos vuelven rígidos y demasiado racionales.
Nos lleva a respirar hondo y decir: me alegro de no saber, de que sea imprevisible, de que haya misterio. Es más seductor y divertido así.
No olvidemos que el apego evitativo no es más que una armadura construida por un niño herido.
Una piel falsa que el alma viste para no sentir el ardor de un pasado que aún supura. Huyes… no de las personas, sino del reflejo que despiertan en ti. No temes al amor, temes al dolor que crees que el amor trae consigo. Y en ocasiones, huyendo de ese mismo dolor, nos excedemos en una comunicación que intenta controlarlo todo y se olvida de la seducción.
Nos olvidamos humor que no se toma nada en serio, del cariño que resuelven un problema con un abrazo, de la cercanía que nos embriaga en un besos bien sentido, o el erotismo que nos eleva tras una tarde de pasión… Simplemente por celebrar la vida en cuya danza, quedan sanadas las heridas sin necesidad de tanto análisis clínico.
Cuando tu comunicación brota del silencio interior, cuando tus palabras no son estrategias sino flores que nacen del corazón desnudo… entonces ya no necesitas huir.
Entonces aparece la magia.
Una seducción no desde la carencia, sino desde la abundancia. Una atracción no por necesidad, sino por presencia. El otro ya no es un campo minado, sino un jardín donde puedes danzar sin miedo. Riéndote más y analizando menos.
Y así, poco a poco, las heridas se evaporan.
No porque alguien las sane…
Sino porque tú dejas de protegerte, siendo es protección lo que te anclaba a ellas.
Cuando hablas con verdad, cuando miras con ternura, cuando tocas sin esperar…
el apego se disuelve como el humo.
Y tú, por fin, amas sin depender y te entregas sin perderte.
Al comunicar con sensibilidad, apreciando el desafío de ver tus fantasmas y desear enfrentarlos junto al otro, uno deja de ver el vínculo como una amenaza. Empieza a verlo como un espacio de juego, crecimiento y placer.
Esto puede reprogramar lentamente las huellas del pasado.
Necesitamos trascender la percepción del conflicto y la incomodidad como algo negativo, y comenzar a verlos como oportunidades para elevar nuestro nivel de conciencia. En lugar de percibir al otro como un rival o una amenaza, podemos reconocerlo como un espejo de nuestras propias creencias y emociones no resueltas.
Necesitamos una comunicación más basada en la seducción que en la racionalización de ver quién tiene razón.
Desde un estado de aceptación y amor incondicional, podemos comprender que incluso cuando el otro actúa desde su propio dolor —juzgando, reprochando o proyectando— sigue siendo un compañero en nuestro camino de evolución interior. Al soltar el juicio y rendirnos al presente con humildad, transformamos toda relación en una herramienta para el crecimiento espiritual mutuo.
Si sientes el llamado a comunicarte con más claridad, presencia y poder en tus relaciones, aquí debajo te comparto un enlace a mis formaciones, donde aprenderás a comunicarte de forma más seductora y consciente:
Formaciones en Comunicación Seductora y Consciente.
Conclusión
Céntrate en ti. Sí.
Pero no te escondas detrás de mantras.
No uses la espiritualidad para evitar lo que más te transforma: el vínculo, el otro, el amor.
El deseo, la empatía y la conexión no son lujos emocionales.
Son puertas a la vida más honda.
La verdadera madurez no está en dejar de amar,
sino en aprender a amar sin desaparecer.
A cuidar sin controlar.
A entregarse sin perderse.
A volver al otro… sin dejar de volver a ti.
Cuidarse a uno mismo es un acto de amor propio. Lo necesario es revisar si ese cuidado te expande o te encierra.
El deseo y el amor, no viven en la seguridad absoluta. Viven donde hay roce, incertidumbre, sorpresa, entrega.