No debería escribirte más. Corro el riesgo de resultarte pesado, puede que incluso, ¿desesperado?
No, eso lo no creo.
Es tan solo que escucho voces que no puedo callar si no las escribo. Puede que por eso este poema nunca vea el destello de tus ojos. Quedándose aparcado. Como un sucio papel entre los bordes de un cajón olvidado.
A veces me quedo pensando en que debería dejar de escribir estas tonterías. Pero mi voz se alza y nunca calla. Retumba en las paredes de mi mente y será que algo tiene que decirme.
Será que quiero descubrir lo que te aflige, porqué me dijiste que te sientes encerrada y quisiera ver si acaso yo pudiera ayudarte a liberarte. Sacarte de un sueño para prometerte otro distinto sin yo saber si iba a estar dispuesto a cumplir todas mis promesas. Y es que nunca sé si lo estoy porque supongo que nunca sé que es lo que voy a encontrarme ni sé qué esperar a que otros quieran de mi cuando en realidad, no quiero que nadie espere nada. Por eso padezco de una enfermedad romántica jodidamente extraña, jodidamente crónica y jodidamente sin remedio.
Tú pareces ser en parte la culpable.
Lo eres porque por tu culpa escribo estas basuras y no puedo dejar de teclear y cuando dejo de hacerlo quiero volver a hacerlo y cuando por fin desisto comienzo a volver a pensar en ti y cuando releo lo que escribo luego quiero tirarlo y cuando no lo tiro al fin consigo amarlo. Porque no sé que sería de mi si este texto dejará de existir y así es como deja de ser basura para convertirse en un trozo indivisible de mi vida.
Por eso es que siento que eres musa y te acompaño a todas partes cuando puedo, soportando sentirme como una imbécil algunas veces. Pero no importa.
Esta es mi confesión:
solo quiero mirarte.
Y no quiero verte porque quiero pensar que de verdad me gustas y no quiero pensar que pueda superar una vez más mi miedo a enamorarme.
Y aún así solo quiero mirarte.