Reírse con Estiércol en la Boca: El Poder Sanador del Ingenio en la Oscuridad
La vida, a veces, no se anda con sutilezas. Te tira un saco de mierda en la cara —y cuando crees haberlo escupido con dignidad, te lanza otra pala, esta vez de estiércol de burra con diarrea. Así se lo describí a un alumno en una conversación de WhatsApp entre carcajadas resignadas y una verdad brutal: estamos hasta el cuello… pero seguimos bailando al ritmo de su música.
Y eso, por muy escatológico que suene, no es solo una metáfora sucia: es medicina.
El humor negro como bálsamo
Cuando el dolor es demasiado grande para ponerle palabras “bonitas”, el ingenio actúa como puente. Nos permite hablar de lo insoportable sin sonar a libro de autoayuda ni a sermón barato.
Viktor Frankl, psiquiatra y superviviente del Holocausto, decía que «el humor, más que cualquier otra cosa en la vida, nos da la capacidad de superar lo insoportable». Y lo vivió en carne propia: en los campos de concentración, el humor negro entre prisioneros era una de las pocas formas de mantener la dignidad y el espíritu vivo.
Carl Jung, por su parte, escribió que «la neurosis es siempre un sustituto del sufrimiento legítimo». Y a veces, ese sufrimiento necesita salir con una voz sarcástica, bruta o vulgar… porque así se vuelve auténtico. Y eso ya es terapéutico.
Decir que la vida es dura no alivia. Decir que es una hija de puta cínica que te da galletas envenenadas con mermelada de traumas… eso sí libera. Porque te ríes. Porque sientes que alguien más también lo ha probado. Y que no estás tan solo en la mesa del banquete infernal.
Incluso Freud, que no era precisamente un humorista, reconocía en El chiste y su relación con el inconsciente que el humor es una vía para liberar tensiones reprimidas. Es decir, el chiste como válvula. Como grito disimulado. Como rugido disfrazado de carcajada.
Nombrar lo innombrable nos devuelve el control
Cuando usas imágenes grotescas para hablar del dolor, algo mágico sucede: tú decides el lenguaje. No te ahogas en los términos del trauma, lo traduces a tu idioma, con tu tono, con tus reglas.
En ese gesto, aunque sigas sufriendo, recuperas un pedazo de poder.
Como cuando un niño se ríe del monstruo debajo de la cama. El monstruo no desaparece… pero ya no lo domina.
Risa y conexión: terapia de dos puntas
Decir “estoy mal” a veces genera distancia. Porque el dolor, cuando no se viste de palabras que toquen el alma, puede resultar incómodo para el otro. Sin embargo, decir “esto es una puta mierda, pero mírame bailando entre el estiércol” genera complicidad. Provoca una risa que no minimiza el sufrimiento, sino que lo comparte. La otra persona no solo te escucha: se ríe contigo. Te acompaña en el abismo. Y esa risa es una cuerda lanzada entre dos corazones que se reconocen vulnerables y valientes a la vez.
Ahí aparece algo esencial: el humor une más que la lástima. Porque la lástima te coloca por debajo, mientras que el humor te sienta en la misma mesa.
Como dijo Mark Twain:
“El ser humano es el único animal que puede reír… y necesita hacerlo más que ningún otro.”
Y tal vez por eso, esa alegría desbordada en medio del estiércol, esa carcajada sucia y rebelde, es una forma de dignidad. Un “aquí sigo” con los labios manchados, pero la mirada desafiante. Porque donde hay ingenio, hay humanidad que no se rinde. Aunque estés jodido.
El humor actúa como catarsis. No solo maquilla el dolor: lo transforma en un fuego que no quema, sino que alumbra. La risa libera tensión emocional. Es una forma de decirle al cuerpo: “no todo está perdido, aún podemos reírnos de esto”.
Y eso, cuando todo parece oscuro, ya es una forma de sanar.
Bailar con la vida, aunque te escupa en la cara
“Así, y con todo, vamos danzando su música”, concluía el mensaje. Como quien reconoce que no hay escapatoria, pero decide no perder el paso.
Esa es la verdadera fuerza: no evitar el golpe, sino aprender a hacerle coreografía. El ingenio nos convierte en coreógrafos del desastre. No podemos evitar que la vida duela, pero sí podemos decidir con qué estilo respondemos.
Como ha afirmado Nardone muchas veces:
“El problema no es el problema, sino cómo reaccionamos al problema.”
Esta idea de “danzar la música de la vida, aunque duela”, conecta directamente con sus principios: no luchar contra la tormenta, sino volverse agua dentro del agua.
Siguiendo sus técnicas de terapia breve estratégica, estaríamos haciendo un «cambio percibido de posición», donde en vez de enfrentarte al síntoma o a la adversidad como un enemigo a destruir, lo abrazas, lo sigues… y desde dentro lo transformas.
En ese sentido, la frase:
“No evitar el golpe, sino aprender a hacerle coreografía”
es una reestructuración del sufrimiento. Ya no es es una víctima pasiva del caos, sino su coreógrafo.
Alguien que, sin negar la oscuridad, decide moverse con estilo dentro de ella.
Conclusión: haz poesía con tu estiércol
No se trata de negar el dolor, ni de ponerle maquillaje. Se trata de mirarlo a los ojos, llamarlo por su nombre, hacerlo chiste, canción o sátira. Porque cuando puedes contar tu tragedia y hacer reír (aunque sea solo a ti), has ganado algo valioso: una distancia lúcida que permite respirar. Y sanar.
Quizá no puedas cambiar la vida. Pero puedes hacer que su mierda te salpique con ritmo.
Y eso, créeme, ya es mucho.